por Nicolás Sacco
Parece que en la Argentina también se ha extendido el uso de etiquetas generacionales —como baby boomers, Generación X, millennials o centennials— para describir a distintos grupos de edad. Sin embargo, estas categorías no tienen un sustento empírico sólido, menos aún teórico, ni se corresponden con la realidad social argentina ni están avaladas por investigaciones científicas.
Llama la atención el análisis del INDEC en su reciente Dosier sobre generaciones, utilizando datos de los censos nacionales. Si bien este tipo de reportes puede ayudar a la difusión y comunicación de los resultados del censo, el informe directamente replica las categorías utilizadas por los centros de investigación privados de Estados Unidos, duramente criticadas por su extendido uso en una carta abierta firmada hace ya casi cinco años por un grupo de científicos, reconocidos sociólogos y demógrafos, publicada en distintos medios. Lo preocupante del informe INDEC es que estas categorías, además, son calcadas de empresas comerciales del Norte Global.
Por ejemplo, según el informe del INDEC, en nuestro país la llamada “Generación Baby Boom” (asociada en EE.UU. al aumento de la natalidad entre 1946 y 1964) no puede trasladarse directamente a nuestra realidad, ya que en la Argentina el patrón de fecundidad fue distinto: el crecimiento demográfico de posguerra se vio atravesado por contextos económicos, migratorios y políticos particulares. Así, personas nacidas a fines de los 40, en un país que recibía importantes corrientes migratorias, no comparten necesariamente las mismas experiencias sociales e históricas que quienes nacieron a comienzos de los 60, durante un contexto de inestabilidad económica y dictaduras militares.
Lo mismo sucede con los llamados millennials: mientras en Estados Unidos se asocian a la recesión de 2008, en Argentina el pasaje de la adolescencia a la adultez de esta cohorte estuvo marcado por la crisis de 2001, el desempleo masivo y los cambios en la estructura educativa. Aún dentro de una misma cohorte de nacimiento, las desigualdades de clase, género, territorio y origen migratorio producen experiencias vitales muy diferentes a las de otros contextos históricos.
Las etiquetas generacionales, al imponer límites arbitrarios entre años de nacimiento, tienden a simplificar en exceso y a reforzar estereotipos. Decir que los centennials son “nativos digitales” o que los millennials “no valoran la estabilidad laboral” resulta tan sorprendente como encontrar que “Gachi, Pachi, ella, yo, el novio, el exnovio y estos dos pelotudos, todos de Sagitario”. En la práctica, estas categorías no ayudan a comprender la complejidad del cambio social argentino, donde fenómenos como el aumento de la escolaridad, la rápida caída de la fecundidad, el aumento de la esperanza de vida, pero también la persistente desigualdad ante la muerte, las migraciones regionales o las crisis económicas han marcado de manera muy distinta a cada grupo de edad. Y lo que resulta aún más alarmante es que este tipo de informe de divulgación parte del organismo oficial de producción de estadísticas, ayudando a la confusión general sobre la designación (y, por ende, a la construcción social) de la idea de generaciones.
Hace más de treinta años el sociólogo Duane Alwin, especialista en estudios longitudinales, criticó a las “generaciones” populares siendo escéptico sobre la validez de las etiquetas comerciales. Argumenta que, si bien es fácil observar diferencias entre grupos de edad, es mucho más difícil determinar si esas diferencias son genuinamente “generacionales” o si son simplemente el resultado de la edad o de los cambios históricos.
Como alternativa, y siguiendo los desarrollos teóricos y empíricos más recientes en el ámbito de las ciencias de población y la sociología, se puede pensar en cohortes de nacimiento vinculadas a procesos históricos y demográficos específicos: por ejemplo, quienes nacieron durante la expansión educativa de los 70 y 80; quienes se incorporaron al mercado laboral durante la crisis de 2001; o quienes transitaron la infancia en el contexto de la pandemia de COVID-19. Estos recortes permiten capturar con mayor precisión las experiencias comunes que moldean trayectorias de vida.
Más que importar etiquetas generacionales construidas en otros países, el desafío en la Argentina es analizar los cambios poblacionales y sociales a partir de sus propias dinámicas históricas y estadísticas, entendiendo cómo distintas cohortes han atravesado momentos críticos del desarrollo nacional. Solo así podremos entender un poco más el cambio social sin caer en caricaturas que solo aportan mayor confusión al debate público y, lo que es más relevante, a la construcción de ciudadanía.