Byron Villacis, OLAC
En economía hay una discusión larga respecto a la independencia de los bancos centrales. Las posiciones ortodoxas la defienden porque consideran que así se puede evitar una expansión monetaria con fines populistas y se puede controlar de la inflación, mientras que en la otra vereda se defiende la necesidad de articular la política monetaria a los programas de gobierno de turno con el fin de integrar una agenda coordinada. Este debate contrasta con la casi nula conver

Latinoamérica de un solo trazo.
sación sobre la autonomía de los institutos de estadística que están a cargo de la producción de información demográfica y social, y en ciertos casos de la producción de contabilidad nacional (Cuentas Nacionales).
En este post propongo algunas ideas para ampliar la discusión sobre la independencia de estos institutos, que a pesar de tener menor perfil macroeconómico, tienen un impacto mayor en ámbitos políticos y mediáticos.
Ahora bien, esta discusión tiene un contexto adicional: la revolución de la conectividad digital generó un boom en el el consumo de información estadística. Hoy en día, es más fácil obtener y analizar estadísticas en redes sociales, páginas web, publicaciones electrónicas y procesadores en línea. Adicionalmente, muy pocos se cuestionan sobre la credibilidad de los datos y sobre todo acerca de los elementos que construyen esa credibilidad. Para agravar las cosas, la digitalización de los medios de comunicación provoca que la opinión pública se construya y destruya en instantes; la conectividad hace y deshace lo que los públicos creen o no creen en cuestión de segundos, sin garantía de que esa opinión vuelva cambiar en poco tiempo.
En medio de esta confusión, la estadística pública se mezcla con la privada sin beneficio de inventario. Un analista, un lector o un periodista valora igual un “post” o una infografía de estadísticas si es que bajo sus parámetros lo considera creíble. Ese concepto de credibilidad -bajo el contexto de la digitalización de la estadística- es el que quisiera enlazarlo con el tema de la independencia de las oficinas de estadísticas públicas.
Partamos desde una pregunta básica: ¿qué es lo que legitima una estadística? Teóricamente es la transparencia, pero en la práctica muy pocos se dan el tiempo de verificar, aparte de que muy pocos conocen cómo verificar la validez metodológica de una estadística. Entonces, ese proceso de legitimación se da en realidad por dos vías: 1) se legitima lo que refleja la realidad del fenómeno medido, o que parezca reflejarlo y, 2) se legitima lo que no tenga intereses económicos o políticos, o que parezca no tenerlos. En pocas palabras, se legitima lo que al usuario le parezca creíble, bajo sus propios parámetros de consumo.
Desde mi punto de vista para que esa estadística “convenza” debe ser 1) oportuna, 2) sistemática y, 3) transparente. Para que sea oportuna debe aparecer a tiempo, es decir debe ser producida con anticipación a un programa político planificado. Nada de cambios de la noche a la mañana. Para que sea sistemática debe tener un orden, una estructura y un esquema que permita hacer comparaciones en el tiempo. Nada de inventos caseros. Finalmente, para que sea transparente se debe permitir a todos los usuarios (no solo a los técnicos o expertos) el acceso a los resultados de las estadísticas pero además a su proceso de construcción, empezando por las discusiones de modificaciones metodológicas, los motivos, los métodos, los alcances y las limitaciones.
Por otro lado, ¿qué hace que una estadística no tenga intereses políticos o económicos? Esta idea es más difícil de aterrizar porque sabemos que no existen los “técnicos” 100% objetivos y que siempre (a veces inconscientemente) hay una agenda ideológica, especialmente en espacios tecnocráticos. Entonces, lo mejor que se puede aspirar es 1) que haya alternabilidad en las autoridades que producen la estadística y, 2) que exista un consejo ciudadano que pueda vigilar todos los aspectos de una producción estadística. Enfatizo en el poder evaluar, porque una cosa es tener un consejo externo y otra es que pueda participar activamente.
Entonces, es la independencia estadística una idea que puede englobar estos requisitos? Mi respuesta es no, por dos motivos. Una independencia absoluta puede generar aislamiento tecnocrático, lo que la desconecta de la realidad de la agenda política del país y a su vez puede generar una “dictadura de expertos” basada en una agenda política oculta o inconscientemente sesgada. Además, una absoluta independencia puede generar aislamiento no solo con el gobierno sino con la sociedad: puede convertirse en un ente burocrático experto en hacer lo que a pocos les importa y que pocos entienden; pasar en reuniones discutiendo temáticas que solo interesan a círculos burocráticos sin entender las urgencias sociales de sus países.
Sin embargo, el otro lado tampoco es esperanzador: el peor escenario es contar con instituciones de estadística plegados a intereses partidistas, desconectados de intereses sociales; respondiendo exclusivamente a su propia supervivencia política. Se reducen o se eliminan espacios de participación ciudadana, se obstaculiza el acceso a proceso metodológicos, se cambian procesos de la noche a la mañana y se excluye a todo aquel que no pertenece al círculo político. Lo curioso es que termina igual que la otra vereda: una dictadura metodológica desconectada de las necesidades sociales.
Mi propuesta entonces es encontrar una salida basada en un punto medio que tenga como ejes tres pilares: el estado (no solo el gobierno), la sociedad (incluyendo al sector empresarial privado) y las tecnologías de información. Es necesario tener institutos de estadística que produzcan metodologías de forma transparente, auditables por el público, que su planificación no responda enteramente a lo que el gobierno decide, que no cambie metodologías por conveniencia política, que mantenga un balance en la producción pensando en los usuarios. Pero al mismo tiempo que permita tener un eje de acción que responda al proyecto político que en el turno ha sido democráticamente elegido. Esto solo puede funcionar si existen elementos institucionales que eviten abusos.
Concretamente propongo cinco estrategias:
1) Crear mecanismos reales de participación ciudadana que permitan vigilar e intervenir en la agenda de producción estadística. Esta intervención debe incluir la capacidad de proponer veedores, autores, analistas, consejeros, auditores, usuarios asociados y equipos técnicos en base a perfiles que respondan a más de un público-usuario.
2) Crear una puente entre los institutos de estadística y la academia (no a través de convenios inútiles y que solo sirven para la foto) sino a través de espacios públicos donde se pueda: a) controlar externamente la calidad de estadísticas, b) reducir los costos de producción estadística a través de sinergia con estudiantes y profesores interesados en producción y análisis y, c) servir de vínculo externo que aplique y verifique normas internacionales. El rol de la universidad debe ser jerárquicamente superior al de las autoridades estadísticas.
3) Crear una conexión institucional con el sector privado que fortalezca la diversidad de producción estadística, pero que al mismo tiempo: 1) no permita el financiamiento de empresas específicas para la producción de datos con fines comerciales, 2) que transparente los intereses por sector y, 3) permita recibir sugerencias de como volver la producción de estadística más eficiente.
4) Tener una conexión transparente con el gobierno, a través de planes de gobierno donde se puede anticipar y verificar de forma plurianual la producción estadística, evitando así datos ocultos, agendas improvisadas o cambios de la noche a la mañana. Hay que recordarle a la burocracia que sus sueldos se pagan con los impuestos de los ciudadanos.
5) Crear y dinamizar aparatos de comunicación con despliegue regional que permita fomentar la transparencia no solo a usuarios digitales sino a usuarios con bajo acceso de conectividad, especialmente en ciudades pequeñas y zonas rurales. Aquí el rol tecnológico es estructural: la revolución digital solo va a permitir legitimar la estadística pública si esta se constituye en un elemento atractivo, ágil. Maracaibo es igual de importante que Caracas, Salvador de Bahia igual que Rio de Janeiro, Nueva Loja es igual que Quito.
¿Es ésta una agenda posible? Seguramente nos encontraremos con acostumbradas excusas de “no hay presupuesto” o “hace falta cambiar leyes para hacerlo”. Conozco de cerca varios institutos de estadística en la región latina que lograron, aunque sea en parte, sin cambiar leyes. El resto son pretextos.
Entonces, independencia es la respuesta? No, la propuesta es interdependencia, alternabilidad y transparencia. Legitimar una estadística implica apertura con eficiencia, tomando lo bueno de los modelos externos pero sobretodo sin miedo a crear nuestras propias referencias.
La otra alternativa es (como siempre) no hacer nada. Permitir que los gobiernos intervengan en la producción de estadística o permitir que tecnócratas aíslen las principales fuentes de información, que se oscurezcan los motivos para hacer y deshacer metodologías y sobre todo permitir que la legitimidad estadística dependa la opinión particular de quien tiene el poder en los medios o quien tiene el poder en la producción. El olvidado seguirá siendo el usuario, el ciudadano, el consumidor que aparte de ser el peor tratado es el que paga los sueldos de todos.
La propuesta está abierta.
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